domingo, 22 de junio de 2014

Virgilio Díaz Grullón
(República Dominicana, 1924-2001)

La enemiga
Recuerdo muy bien el día en que papá trajo la primera muñeca en una caja grande de cartón envuelta en papel de muchos colores y atada con una cinta roja, aunque yo estaba entonces muy lejos de imaginar cuánto iba a cambiar todo como consecuencia de esa llegada inesperada.
Aquel mismo día comenzaban nuestras vacaciones y mi hermana Esther y yo teníamos planeadas un montón de cosas para hacer en el verano, como, por ejemplo, la construcción de un refugio en la rama más gruesa de la mata de jobo, la cacería de mariposas, la organización de nuestra colección de sellos y las prácticas de béisbol en el patio de la casa, sin contar las idas al cine en las tardes  de domingo. Nuestro vecinito de enfrente se había ido ya con su familia a pasar las vacaciones en la playa y esto me dejaba a Esther para mí solo durante todo el verano.
Esther cumplía seis años el día en que papá llegó a casa con el regalo. Mi hermana estaba excitadísima mientras desataba nerviosamente la cinta y rompía el envoltorio. Yo me asomé por encima de su hombro y observé cómo iba surgiendo de los papeles arrugados aquel adefesio ridículo vestido con un trajecito azul que le dejaba al aire una buena parte de las piernas y los brazos de goma. La cabeza era de un material duro y blanco y en el centro de la cara tenía una estúpida sonrisa petrificada que odié desde el primer momento.
Cuando Esther sacó la muñeca de la caja vi que sus ojos, provistos de negras y gruesas pestañas que parecían humanas, se abrían o cerraban según se la inclinara hacia atrás o hacia adelante y que aquella idiotez se producía al mismo tiempo que un tenue vagido que parecía salir de su vientre invisible.
Mi hermana recibió su regalo con un entusiasmo exagerado. Brincó de alegría al comprobar el contenido del paquete y cuando terminó de desempacarlo tomó la muñeca en brazos y salió corriendo hacia el patio. Yo no la seguí y pasé el resto del día deambulando por la casa sin hacer nada en especial.
Esther comió y cenó aquel día con la muñeca en el regazo y se fue con ella a la cama sin acordarse de que habíamos convenido en clasificar esa noche los sellos africanos que habíamos canjeado la víspera por los que teníamos repetidos de América del Sur.
Nada cambió durante los días siguientes. Esther se concentró en su nuevo juguete en forma tan absorbente que apenas nos veíamos en las horas de comida. Yo estaba realmente preocupado, y con razón, en vista de las ilusiones que me había forjado de tenerla a mi disposición durante las vacaciones. No podía construir el refugio sin su ayuda y me era imposible ocuparme yo solo de la caza de mariposas y de la clasificación de los sellos, aparte de que me aburría mortalmente tirar hacia arriba la pelota de béisbol y apararla yo mismo.
Al cuarto día de la llegada de la muñeca ya estaba convencido de que tenía que hacer algo para retornar las cosas a la normalidad que su presencia había interrumpido. Dos días después sabía exactamente qué.
Esa misma noche, cuando todos dormían en la casa, entre de puntillas en la habitación de Esther y tomé la muñeca de su lado sin despertar a mi hermana a pesar del triste vagido que produjo al moverla. Pasé sin hacer ruido al cuarto donde papá guarda su caja de herramientas y cogí el cuchillo de monte y el más pesado de los martillos y, todavía de puntillas, tomé una toalla del cuarto de baño y me fui al fondo del patio, junto al pozo muerto que ya nadie usa. Puse la toalla abierta sobre la hierba, coloqué en ella la muñeca —que cerró los ojos como si presintiera el peligro— y de tres violentos martillazos le pulvericé la cabeza.
Luego desarticulé con el cuchillo las cuatro extremidades y, después de sobreponerme al susto que me dio oír el vagido por última vez, descuarticé el torso, los brazos y las piernas convirtiéndolos en un montón de piececitas menudas. Entonces enrollé la toalla envolviendo los despojos y tiré el bulto completo por el negro agujero del pozo. Tan pronto regresé a mi cama me dormí profundamente por primera vez en mucho tiempo.
Los tres días siguientes fueron de duelo para Esther.
Lloraba sin consuelo y me rehuía continuamente. Pero a pesar de sus lágrimas y de sus reclamos insistentes no pudo convencer a mis padres de que le habían robado la muñeca mientras dormía y ellos persistieron en su creencia de que la había dejado por descuido en el patio la noche anterior a su desaparición. En esos días mi hermana me miraba con un atisbo de desconfianza en los ojos pero nunca me acusó abiertamente de nada.
Después las aguas volvieron a su nivel y Esther no mencionó más la muñeca. El resto de las vacaciones fue transcurriendo plácidamente y ya a mediados del verano habíamos terminado el refugio y allí pasábamos muchas horas del día pegando nuestros sellos en el álbum y organizando la colección de mariposas.
Fue hacia fines del verano cuando llegó la segunda muñeca. Esta vez fue mamá quien la trajo y no vino dentro de una caja de cartón, como la otra, sino envuelta en una frazada color de rosa. Esther y yo presenciamos cómo mamá la colocaba con mucho cuidado en su propia cama hablándole con voz suave, como si ella pudiese oírla.
En ese momento, mirando de reojo a Esther, descubrí en su actitud un sospechoso interés por el nuevo juguete que me ha convencido de que debo librarme también de este otro estorbo antes de que me arruine el final de las vacaciones. A pesar de que adivino esta vez una secreta complicidad entre mamá y Esther para proteger la segunda muñeca, no me siento pesimista: ambas se duermen profundamente por las noches, la caja de herramientas de papi está en el mismo lugar y, después de todo, yo ya tengo experiencia en la solución del problema.



Virgilio Díaz Grullón, Nació en  la ciudad de Santiago, República Dominicana en el año 1924. 
Por su gran reputación como escritor ha sido jurado de varios concursos literarios nacionales e internacionales.
En 1959 obtuvo el Premio Nacional de Literatura por el volumen de cuentos "Un día cualquiera "  y  en 1977 obtuvo el Premio  de Novela Manuel de Jesús Galván por la novela "Los algarrobos también sueñan”.
En 1958  por su cuento "Edipo", resultó finalista en el concurso de autores hispanoamericanos patrocinado por el Instituto de Cultura Hispánica de Madrid.
Fue Miembro de la Academia Dominicana dependiente de la Real Academia Española.
Comenzó a escribir cuentos a la edad de treinta y dos años y ya lo definía Juan Bosch como un cuentista maduro: "Tenía la madurez de un cuentista avezado en el tratamiento del género "  y luego describió el cuento  "La enemiga"  como el cuento perfecto, algo difícil de hallar  en este exigente género, en el que, según Bosch, Grullón muestra la asombrosa facultad de describir complejidades sicológicas con una cantidad sorprendentemente escasa de palabras.
Fue Secretario de la Presidencia, Asistente del Gobernador del Banco Central y Subsecretario de las Secretarías de Educación, Finanzas, Previsión Social y Trabajo (1954-1962). También fue funcionario del Banco Interamericano de Desarrollo (1962-1971) y Asesor Financiero de la Compañía Financiera Dominicana (1971-1978).
Díaz Grullón es, sin duda, el mejor escritor de cuentos sicológicos en la República Dominicana. En el cuento psicológico, por lo general, el proceso asociativo, analítico, etc., del inconsciente es igual o tiene mayor importancia que el evento externo—es decir, el evento que se cuenta se registra subjetivamente en la mente del protagonista. Así, en el cuento psicológico, es muy común que el cuentista enfatice la vida subjetiva y emocional del protagonista.
Murió en la ciudad de Santo Domingo el 18 de julio de 2001.

Crónicas de Altocerro (Santo Domingo, Editora El Caribe, 1966)
El mensajero de la oficina colocó la tarjeta sobre el escritorio, Vicente la miró distraídamente y la rodó hacia un lado con el dorso de la mano, concentrándose de nuevo en la lectura del documento que tenía enfrente. Aunque había posado por un instante los ojos sobre las letras impresas en la pequeña cartulina, su significado apenas rozó la superficie de su conciencia y fue sólo un rato después cuando las letras parecieron ordenarse en su cerebro y formar el nombre que ahora surgía con pleno significado para él.
– Leonardo Mirabal, dijo en voz alta complaciéndose, como antes, en la sonoridad de las palabras. Reclinándose en el respaldar de su lujoso sillón de cuero, Vicente se sumergió en recuerdos antiguos mientras se acariciaba la mejilla con el canto afilado de la tarjeta. ¡Qué lejanos le parecieron de pronto aquellos tiempos del colegio! El primer día de clases: los muchachos corriendo hacia las puertas enormes, gritando y riendo mientras el, esquivo y huraño, se pegaba a las paredes con los libros bajo el brazo; y las voces que pasaban rozándolo: “¡Leonardo, ahí viene Leonardo!”; y la conversación sorprendida al entrar al aula:“Leonardo, ¿me explicas este teorema?, no puedo entenderlo; y en el primer recreo, el muchacho debilucho que decía: Leonardo: ¿me dejas entrar al equipo?, he practicado mucho en las vacaciones... ”
- Vicente apretó con el dedo el botón nacarado del timbre y ordenó al mensajero tan pronto abrió la puerta.
– Haga pasar al señor Mirabal.
- Maquinalmente se arregló un poco el cabello con las manos y se ajustó el nudo de la corbata.
– Con permiso –, decía el hombre en voz baja, de pie en el hueco de la puerta.
- Vicente se levantó de un salto de su asiento y caminó hacia él con las manos extendidas, observándole a los ojos ¡Dios mío, qué cambiado está!, y diciéndole apresuradamente:
– Por favor, Leonardo, pasa adelante. ¡Cuánto tiempo sin verte!
- Después de apretarle las manos entre las suyas, le palmeó la espalda ¡qué flaco está y qué amarillo! – Anda siéntate. ¡Qué sorpresa más inesperada y qué gusto me da verte!
- Leonardo se sentó en el borde de la silla que le ofrecían y. conservó el sombrero girando entre las manos mientras decía con suavidad:
– Yo también me alegro mucho de verte, Vicente. ¡Hace ya tanto tiempo!... Temí que ya no te acordaras de mí.
– ¿No acordarme de ti?, pero, ¿estás loco?... ¡Cómo has podido imaginar semejante cosa!
- Vicente se sentó de nuevo y mientras lo hacia le pareció de pronto verse a sí mismo en medio de la multitud que colmaba el salón de actos del colegio, y casi oyó la voz del maestro de ceremonias:... “Y ahora, Leonardo Mirabal, ganador de la medalla de mérito, va a dirigirles la palabra en nombre de sus compañeros”...

- La voz del otro lo sustrajo bruscamente de sus reminiscencias;
– No nos veíamos desde la graduación, ¿no es cierto?–
– No, Leonardo –, le contradijo –. Desde un año después de aquella fecha. Desde el 15 de septiembre de 1930, exactamente. Aquel día embarcaste para Europa a hacer el curso de post-graduado y yo estuve en el muelle para despedirte. – Vaya, tienes una memoria estupenda. La verdad era que no lo recordaba. – Leonardo pareció que se disculpaba. Vicente se recostó en el respaldo de la butaca y apretó los puños bajo el escritorio al recordar la voz suave del director del colegio mientras le decía: “Lo siento mucho, señor Izaguirre, pero usted no ganó la beca. El señor Mirabal le sobrepasó por cuatro puntos”. Y la respuesta humillante de él, que todavía lo hacía enrojecer: “¿Mirabal? ¡Oh! Creí que no competiría... ”
–Todo este tiempo he estado preguntándome lo que habla sido de ti –, dijo en voz alta.
El otro hizo un gesto vago con la mano y respondió mirando hacia el suelo:
– Me han pasado muchas cosas desde aquellos días. No he tenido suerte, ¿sabes? Malos negocios... Locuras de juventud... Pero sobre todo mala suerte, mucha mala suerte.
Vicente se inclinó hacia adelante:
– Pero, Leonardo, no puedo explicármelo. Fuiste siempre el primer alumno del colegio... Hiciste una carrera brillante.
Leonardo habló sin quitar la vista del suelo:
– Si, una carrera brillante hasta que salí del colegio...
- ¿Sabes, Vicente? Creo que me hizo mucho daño el que allí las cosas me resultasen tan fáciles. Llegué a pensar que sería lo mismo afuera y, en cambio, ¡todo resultó tan distinto!... El día de la graduación parecía que tenía todo el mundo por delante...
- Vicente, mientras lo observaba con mirada inexpresiva, continuó para sí el curso de las palabras del otro:... Y lo tenías, ¡claro que lo tenías! Estabas justamente entre el mundo y yo. Lo fuiste tomando todo a tu paso. Para mí no quedó más que lo que dejabas, porque siempre llegaba a todas partes un poco demasiado tarde: exactamente dos pasos después que tú...
–Pero, ¿y aquel matrimonio tan brillante que hiciste? Preguntó en voz alta.
–¡Ah! ¿Te enteraste de eso?... Duró poco. Apenas un año. Todo cuanto emprendí fracasaba, y mi matrimonio no fue una excepción. No podría decirte, Vicente, cuándo la suerte me dio la espalda. Quizás siempre me persiguió la fatalidad, o tal vez fue sucediendo poco a poco y no me di cuenta sino cuando ya era demasiado tarde. Lo cierto es que cuando intenté reaccionar, no contaba ya con nadie. Los que antes me adulaban, me volvieron la espalda. Las puertas que antes se abrían solas a mi paso, permanecían cerradas ante mis llamados desesperados... ¡No tienes idea de lo cruel que puede tornarse la gente!...
Leonardo hizo una pausa, y luego, tomando una súbita decisión, miró al otro a los ojos y exclamó:
– Tienes que ayudarme, Vicente. Eres la última persona a quien acudo. No quise hacerlo hasta ahora por que no quería mezclar mi vida de colegio con este vía crucis por el que estoy pasando actualmente. ; Aquellos tiempos fueron tan hermosos!... Pero todo ha sido inútil: ninguno de los otros ha querido ayudarme...
Vicente se puso en pie y miró desde arriba la figura encorvada en el asiento.
        ¿Y qué puedo hacer por ti, Leonardo? –
Respondió con voz anhelante:
– Sé que el Doctor Jiménez, tu compañero de bufete, se retira Me han dicho que andan ustedes buscando un substituto... Dame esa oportunidad, por favor, Vicente.
Él permaneció un rato mudo, mirándole siempre desde lo alto, mientras recordaba el día de la entrega de trofeos, cuando el funcionario del Gobierno ponía en manos de Leonardo la copa de plata que el equipo del colegio había ganado en las competencias deportivas del último año. ¿Era este hombre acabado, vencido, que estaba allí sentado, humillándose, el mismo muchacho alto, hermoso, fuerte que había recibido aquel trofeo?... Se inclinó sobre él y poniéndole una mano en el hombro le dijo:
– No te preocupes, Leonardo. Hablaré hoy mismo con Jiménez. Cuenta con mi ayuda.
Gracias, Vicente –, le respondió mientras le estrechaba las manos con efusión.
– Sabía que no me fallarías.
Sonrió ampliamente y salió del despacho haciéndole desde la puerta un saludo con la mano.
Casi al mismo instante, la puerta lateral que daba junto al escritorio se abrió con suavidad y una cabeza canosa se asomó por el hueco preguntando:
–¿Alguna novedad, Vicente?
Vicente tuvo un pequeño sobresalto y poniéndose en pie respondió:
– Ninguna, Dr. Jiménez. Un solo visitante durante su ausencia. Justamente acaba de salir... Un tipo sin importancia a quien conocí hace años...
Y cuando la cabeza desapareció, Vicente sacó su mechero de plata del bolsillo, lo encendió con un movimiento del pulgar y lo acercó a la tarjeta que tomó del escritorio, manteniéndolo allí hasta que ésta ardió totalmente con una llama rojiza y brillante.


“Edipo”
Tan pronto la voz del cura se extinguió y el silencio reinó de nuevo en el interior de la pequeña iglesia, los hombres se movieron hacia el ataúd y lo levantaron con cuidado del banco de madera en donde había reposado hasta ese instante. Eduardo no fue de los que se apresuraron a cumplir aquel deber. Durante la breve ceremonia había permanecido abstraído de cuanto le rodeaba y sólo cuando alguien le rozó al pasar, comprendió que la intervención del cura había terminado y se iniciaba ahora la marcha hacia el cementerio.
Se apartó un poco para dejar pasar a los que llevaban el féretro y comenzó a bajar las gradas de la iglesia. A su lado, el ataúd se balanceaba inquietantemente a medida que los hombres descendían vacilantes. Un traspié, un paso en falso, provocarían sin duda una catástrofe. Eduardo meditó objetivamente sobre tal posibilidad, porque observaba cuanto ocurría a su alrededor como contempla un espectador el escenario: atento al desarrollo de la trama y secretamente confiado en un final sorpresivo y dramático. Pero nada extraordinario sucedió. Los hombres alcanzaron sudorosos el nivel de la calle y respiraron con satisfacción. Se detuvieron unos instantes, se organizaron de nuevo y reanudaron la marcha tranquilos y aliviados.
Frente a la iglesia, el reloj de la plaza cantó seis sonoras campanadas... Las seis: hacía justamente nueve horas que había muerto y a Eduardo le sorprendió aquella cronométrica exactitud. A su padre sin duda le habría gustado saber que todo se había realizado a su debido tiempo. Que cada quien había cumplido a cabalidad su obligación. Pero ya al viejo no podría alegrarlo eso ni ninguna otra cosa en el mundo, porque estaba muerto. Para siempre, dentro de aquella caja reluciente de caoba que se balanceaba suavemente a su lado.
Si hurgaba en su memoria, allá en lo más profundo de su reminiscencia, la primera noción que conservaba de la existencia de su padre se confundía con una voz aterradora que tronaba por encima de su cabeza mientras él corría a guarecerse en el regazo tibio de la madre... Aquella escena debió repetirse muchas veces porque, al recordarla, la asociaba con diferentes acontecimientos de su infancia... Las primeras lecciones de equitación (el viejo azotándose furiosamente las botas con una fusta flexible: " algún día haré un hombre de esta mujercita!"... y el terror del niño al lomo inseguro del caballo)... O el primer disparo con la escopeta de caza, apenas sostenida entre sus manos temblorosas (la voz iracunda del padre a sus espaldas: "Aprieta el gatillo de una vez, cobarde!")... O el chapuzón inesperado en el mar, y la angustia de sumergirse hasta el fondo, y los gritos mudos bajo el agua, y la risa odiosa del viejo en lo alto del trampolín...
Una mano se apoyó en el hombro de Eduardo y una voz dijo a su espalda: "Le acompaño en su sentimiento, joven". "Gracias, muchas gracias", respondió sobresaltado. ¿Sería la expresión de su rostro, adecuada a las circunstancias?... ¿Estaba dándole a toda aquella gente la impresión de una pena honda, aunque discretamente expresada?... Tal vez debía pedirle a uno de los hombres que le permitiera cargar en su lugar el ataúd... Si, sin duda era algo así lo que todos esperaban de él...
"¿Por favor, me permite?", y substituyó a uno de los portadores del féretro. Los músculos del brazo se le pusieron tensos, se le abultaron las venas de la frente y enrojeció su rostro... El viejo pesaba mucho. Siempre fue corpulento. Alto y macizo como una torre. Con músculos de hierro y manos poderosas... Aquellas manos enormes como palas. Rojizas y sembradas de un vello abundante que fue poniéndose gris con los años... Manos siempre ocupadas, sin tiempo para las caricias...
¡Qué vivamente recordaba el gesto brutal de aquellas manos rompiendo su primer boceto de dibujo!...
Fue un domingo por la tarde. El viejo jamás entraba en la habitación de su hijo; pero aquel día, al pasar junto a la puerta, debió sospechar del movimiento brusco del niño cerrando la gaveta baja del armario al oír sus pasos por el corredor... Vestido con su traje blanco recién planchado, parecía más alto e imponente que nunca. Se detuvo un instante en el umbral, entró luego sin dar explicaciones y sacando la cartulina de su escondite, la rasgó de arriba a abajo con un solo movimiento poderoso de sus manos... "¡Si vuelvo a encontrar otra tontería de estas en la casa, será su cara la que voy a partirle en pedazos!... ¡Y no siga llorando, que los hombres no lloran!... "
Y ahora sus manos estaban inmóviles, cruzadas por encima de su pecho sin aire, y no volverían jamás a romper nada.
Alguien le tocó levemente en el hombro y sin pronunciar palabras se ofreció a substituirlo ¡Ya era hora!... Eduardo se corrió ligeramente a un lado mientras abría y cerraba repetidamente la mano para ahuyentar el calambre. El silencioso grupo trasponía en aquel momento la puerta del cementerio.
El panteón familiar estaba en el extreme opuesto. Era una construcción sencilla, sin alardes, pero resultaba imponente junto a las modestas tumbas que lo rodeaban. En la segunda hilera de nichos, un poco hacia la izquierda del centro, la boca abierta y negra aguardaba.
Los hombres depositaron el féretro en el suelo, se secaron el sudor de la frente, y observaron atentos los movimientos precisos y hábiles con que el albañil mezclaba el cemento y la arena húmeda amontonados junto a la tumba.
"Buena cara para un estudio", pensó Eduardo apreciando los rasgos fuertes y angulosos del rostro que se inclinaba frente a él, concentrado en su tarea... Ahora trabajaría mucho. Debía recuperar todo el tiempo perdido... Mañana mismo traería sus telas y útiles de pintura de la capital... Usaría como estudio la habitación grande que daba a la terraza posterior de la casa... Tal vez con un año de trabajo intenso se sentiría preparado para la beca...
A una señal del albañil, los hombres habían levantado el ataúd y lo estaban introduciendo horizontalmente en el nicho. Al principio rodó fácilmente hacia el fondo, pero de pronto, como si algún objeto extraño se interpusiese en su camino, se detuvo en seco y permaneció inmóvil.
Los hombres se consultaron entre sí murmurando en voz baja. A Eduardo sólo le llegaban algunas frases sueltas... "...la caja es demasiado ancha..." "debe haber algo ahí dentro", "...son las agarraderas. Hay que quitárselas"... "Sujete usted por aquel extremo: vamos a sacarlo de nuevo"...
Sin darse apenas cuenta de lo que hacía, dominado por un oscuro impulso irresistible, Eduardo corrió hacia delante, echó bruscamente a un lado a quienes se interponían en su camino, y apoyando primero las manos y luego el hombro sobre el extremo saliente del féretro, estuvo allí empujando con todas sus fuerzas, desesperadamente, como si de aquel esfuerzo formidable dependiera su vida entera, hasta que un golpe seco y sordo le anunció al fin que el otro extremo de la caja había llegado al fondo del nicho.

Sólo entonces se retiró alguno pasos, temblorosos y jadeantes, y mientras el albañil completaba su labor, permaneció callado e inmóvil, con la mirada fija en la boca del nicho hasta que el último ladrillo la cerró por completo para siempre.

viernes, 20 de junio de 2014

El Cuerpo Humano, una maquina perfecta

El cuerpo humano, es la estructura física y material del ser humano. Un adulto tiene 208 huesos, mientras que el de un recién nacido está formado por cerca de 366, ya que algunos huesos, sobre todo los de la cabeza, se van fusionando durante la etapa de crecimiento. El cuerpo humano se compone de cabeza, tronco y extremidades;
El cuerpo humano posee unos cincuenta billones de células. Éstas se agrupan en tejidos, los cuales se organizan en órganos, y éstos en ocho aparatos o sistemas: (locomotor (muscular y óseo), respiratorio, digestivo, excretor, circulatorio, endocrino, nervioso y reproductor). Sus elementos constitutivos son fundamentalmente el Carbono (C), Hidrógeno (N) Oxígeno (O) y Nitrógeno (N), presentándose otros muchos elementos en proporciones más bajas. Estos átomos se unen entre sí para formar moléculas, ya sean inorgánicas como el agua (el constituyente más abundante de nuestro organismo (60% aproximadamente), u orgánicas como los glúcidos, lípidos, proteínas.


La unión e interacción de estos átomos y moléculas tienen el propósito concreto, de formar al ser humano y a cualquier ser vivo en una extraordinaria máquina compleja, analizable desde cualquier nivel: bioquímico, citológico, histológico, anatómico.
La Citología, es la rama de las ciencias biológicas que estudia las células.
La célula, es la mínima unidad de la vida. Todos los seres vivos están formados por una o muchas células. Todas las células comparten unos elementos esenciales, como son la membrana envolvente, el citoplasma, rico en orgánelos en las células eucarióticas y un núcleo claramente diferenciado en este tipo de células, con una membrana nuclear que envuelve al material genético. El núcleo, es el "cerebro" organizador de la célula, y sigue un "programa" o plan general coordinado, escrito, en la especie humana, en 100.000 genes, ordenados en 23 pares de cromosomas.
La Histología, se ocupa del estudio de los tejidos biológicos. Existen sólo unos pocos tejidos básicos, que son: (el epitelial, el conjuntivo, el muscular y el nervioso); con los que el organismo se relaciona, se protege, secreta sustancias, mantiene su forma, se desplaza, coordina sus funciones y relaciones con el medio.
Anatomía, es la rama de las ciencias biológicas que trata de la forma y estructura de los organismos.
Se emplean dos métodos especiales para el estudio de la anatomía, el sistemático y el topográfico. En el primero se considera el cuerpo formado por sistemas de órganos o aparatos que son similares por su origen y estructura y están asociados en la realización de ciertas funciones.







Fisiología, es una rama de las ciencias biológicas que trata de las funciones normales del cuerpo.




jueves, 19 de junio de 2014

La Literatura Dominicana desde la Colonización hasta la Era de Trujillo.

Literatura Precolombina
Los habitantes de nuestra isla antes de la colonización no tenían escritura, por lo cual era una sociedad ágrafa. La literatura indígena era oral y se transmitía de generación a generación. Los rituales (areítos) eran poemas que se cantaban al ritmo de la música. Estas celebraciones eran de carácter religioso-ceremonial, de alabanza o de celebración de triunfos.

Poesía informal o pueblerina Dominicana
En la poesía informal o pueblerina dominicana abundaron los decimeros quienes escribían letras para los desafíos amorosos, la sátira, la poesía grotesca, política, cómica y religiosa. El más grande poeta dominicano es Juan Antonio Alix. Nació en Moca en 1833. Murió en 1918. Sus obras más destacadas son:”El negro detrás de la oreja“y”El follón de Yamasá“, Los Mangos Bajitos.

La Literatura en tempo de Independencia
Entre 1795-1800 se introduce la imprenta en nuestro país surgen los primeros periódicos y. El primer documento impreso en nuestro país fue una novena a la virgen de la Altagracia. José Núñez de Cáceres fue el primero en utilizar la literatura como arma de denuncia social y política. (Nació en 1772 en Santo Domingo y murió desterrado en México en 1846). Fue rector de la Universidad Autónoma de Santo Domingo y director del periódico “El Duende”. Proclamó la primera independencia, la Independencia Efímera pues fracaso. Escribió doce fábulas, algunas de ellas:”El conejo, los corderos y el pastor“,”El lobo y la raposa“,”La araña y el águila“y”El abejarrón y la abeja“.
Núñez de Cáceres firmaba bajo el seudónimo de” el fabulista principiante“, por esto y por sus obras se le atribuye el merito de ser el primer fabulista criollo.

Juan Pablo Duarte (1813-1876) escribió algunas poesías no publicadas y lamentablemente gran parte de su obra desapareció en el exilio. Se conserva un romance en el que se describe la partida al destierro forzado por Pedro Santana en 1844, este recibe el nombre de” La cartera del proscrito“. Además escribió otros poemas como” Suplica“,”Desconsuelo“,”Antífona“y en prosa escribió” El proyecto de la constitución.

La Literatura en el período de la Restauración
Este periodo de la literatura está marcado por la inestabilidad política; golpes de estado, guerras civiles y la primera intervención norteamericana.
José Joaquín Pérez (nació en Santo Domingo en 1845 y muere en Santo Domingo en 1900). Fue periodista y ocupo altos cargos gubernamentales. Se puede decir por su recorrido, dedicación y manejo del lenguaje que es el primer poeta dominicano. Algunas de sus obras son:”Fantasías indígenas“,”La industria agrícola“,”La lira de José Joaquín Pérez“,”Contornos y Relieves“y”Versiones del poeta Tomás Moore“.
La gran precursora de la poesía y del magisterio fue Salomé Ureña. (Nació en 1850 en Santo Domingo y murió en esta misma ciudad en 1897). Fundó en 1887 el Instituto de Señoritas. “Sus obras poéticas, cerca de sesenta composiciones, incluyen la épica y la lírica, entre las que se encuentran: 1873 - La gloria del progreso, 1876 – Ruinas, 1877 - La llegada del invierno, 1878 - La fe en el porvenir, 1880 – Anacaona. 1880 - Poesía de Salomé Ureña de Henríquez, 1881 – Sombras, 1897 - Mi Pedro, A la Patria, A mi madre, A Quisqueya, Amor y anhelo, Angustias, Caridad, El ave y el nido, El cantar de mis cantares, En defensa de la sociedad, En el nacimiento de mi primogénito, Impresiones, Las horas de angustias, Luz, Melancolía, Mi ofrenda a la Patria, ¡Padre mío!, Quejas, Sueños y Tristezas. (Vea al final).
Gastón Fernando Deligne. (Nació en Santo Domingo en 1861 y murió en 1913 en San Pedro de Macorís). Su obra poética es una mezcla del modernismo y del romanticismo. Sus obras son:”Soledad“,”Galaripsos“,”Romances de la hispaniola“y”Páginas olvidadas“.

Historiadores Dominicanos:
En la literatura dominicana hay historiadores de renombre, el Padre de la Historia Nacional es José Gabriel García (nació en Santo Domingo el 13 de enero de 1834 y murió en Santo Domingo el 19 de enero de 1910). Historiador, escritor y político. Sus artículos periodísticos fueron difundidos en la mayoría de los periódicos importantes de la época, tales como: (El Oasis, El Patriota, El Elector, El Eco de la Opinión, El Teléfono, Ciencias, Artes y Letras, La Cuna de América y El Mensajero). Como escritor empleó gran parte de su vida en la investigación de temas históricos, su gran obra”Historia de Santo Domingo “es un gran recuento de los hechos históricos desde la colonización hasta la restauración; compuesta por cuatro volúmenes publicados en 1867, 1887, 1900 y 1906, respectivamente.
Otro gran exponente fue Gregorio Luperón (1839-1897) su obra ”Notas Biográficas “es una prosa tosca y primitiva con un lenguaje burdo en el cual Luperón sita los acontecimientos de la restauración.


Ensayistas

En este grupo podemos destacar a muchos personajes, los más renombrados son Eugenio María de Hostos, Pedro Henríquez Ureña, Joaquín Balaguer, Max Henríquez Ureña y Juan Isidro Jiménez.
Eugenio María de Hostos fue el gran precursor del ensayo nacional. (Nació en 1839 en Puerto Rico y murió en 1903 en Santo Domingo). Algunas de sus obras son:”Moral social, ensayos, “”Críticas a Hamlet y Plácido “y ”La peregrinación de Bayoán”.
El más alto literato de la República Dominicana es Pedro Henríquez Ureña. (Nació en Santo Domingo en 1884 y murió en Argentina en 1946). Fue un gran escritor, maestro y crítico. Dominó todas las caras de la literatura con excepción de la poesía. Tiene muchas obras, entre las que figuran: ”El español en Santo Domingo," ”Obra crítica," ”Corrientes literarias en América Latina“.

El Postumismo, fue un movimiento literario innovador que surge en República Dominicana en el 1921. Este movimiento cambia radicalmente el discurso poético dominicano. Es a partir de su nacimiento que se comienza a hablar de poesía dominicana tradicional y de poesía moderna. Esto fue debido a que los postumistas pusieron en práctica una nueva forma de poetizar la realidad dominicana.
El nombre de Postumismo fue creado por Domingo Moreno Jiménez el personaje más importante de este movimiento. (Nació en la ciudad de Santiago de los Caballeros el 7 de enero de 1894 y Falleció en Santo Domingo el 23 de septiembre de 1986). Desde muy joven se dedicó al magisterio llegando a ser director de la Escuela Primaria Graduada de Sabaneta (Santiago Rodríguez) en dos ocasiones (1918 y 1926) y profesor de la Escuela Normal de San Pedro de Macorís. También dirigió el Instituto de Poesía Osvaldo Bazil (1950-1970), fundado a solicitud suya en San Cristóbal por entonces mandatario Rafael Leonidas Trujillo Molina.
Sus primeros versos fueron divulgados en las revistas “Páginas, Renacimiento y Letras”. En 1921 junto a Rafael Augusto Zorrilla, Andrés Avelino, Vigil Díaz y Francisco Ulises Domínguez, anunció en la revista “La Cuna de América.
Dirigió “El día estético”, Revista “indo-universal de vanguardia”, como también rezaba en la portada. Algunas de sus ediciones se hicieron en San Pedro de Macorís y en Santiago. Algunos de sus obras más ilustre son: ”Promesas," ”Poemas de la hija reintegrada," ”Mi vieja se muere,“ y ”Palabras en el agua.“. 
La poesía sorprendida
La poesía sorprendida, es una agrupación literaria aparecida en Santo Domingo en 1943. El origen de la Poesía Sorprendida está ligado a los Triálogos, (dialogo entre tres) que iniciaron los poetas Alberto Baeza Flores,  Domingo Moreno Jiménez y Mariano Lebrón Saviñón entre 1942 y 1943. Este estilo surge de la narrativa de estos ilustres caballeros, los cuales luego de sus conversaciones las redactaban, además, La infinita estética, Cosmo hombre y Nuevos triálogos, este último no se publicó.
Los integrantes de La Poesía Sorprendida fueron: Rafael Américo Henríquez, Manuel Llanes, Franklin Mieses Burgos, Aida Cartagena Portalatín, Manuel Valerio, Freddy Gatón Arce, Manuel Rueda, Mariano Lebrón Saviñón, Antonio Fernández Spencer y José Glass Mejía. El grupo permaneció activo por cinco años, desde octubre de 1943, fecha de la aparición de la revista La poesía Sorprendida, órgano de difusión de sus actividades y su producción poética, hasta mayo de 1947,  cuando circuló el último número de dicha publicación.

Durante esos cinco años salieron a la luz pública un total de 21 números. La dirección de la revista La Poesía Sorprendida fue colectiva. Alberto Baeza Flores, Franklin Mieses Burgos, Ma-riano Lebrón Saviñón y Freddy Gatón Arce fueron los primeros directores (1-7). Pero en 1944 el gobierno ordenó que todos los periódicos y revistas nacionales fueran dirigidos exclusivamente por dominicanos.  Dicha orden expulsó a Baeza  Flores de la revista. Entonces, Franklin Mieses Burgos se convirtió en director único (8-13). Luego, la dirección volvió a ser colectiva (14-16). Después, en un desafiante acto de rebeldía, Baeza Flores y Fernández Granell aparecieron nuevamente formando parte del cuerpo directivo. Mieses Burgos asumió por segunda vez la función de director único (17). Finalmente Baeza Flores, Mieses Burgos, Américo Henríquez, Fernández Spencer y Gatón Arce tuvieron a su cargo los números finales (18-21).

     Ese sistema de dirección colectiva confirma el carácter unitario de los sorprendidos y deja establecido que aunque Mieses Burgos, quizás por ser el mayor de todos llevara ocasionalmente la voz directriz, el grupo no tuvo un patriarca ni un modelo estético a seguir. Independientemente de que los sorprendidos adoptaran una posición neutral frente a la tiranía trujilllista, pues ni defendieron ni censuraron al régimen. Su compromiso político, casi siempre soterrado, y su interés de integrar la poesía dominicana a la tradición poética universal, otorgan a dichos poetas un espacio imperecedero en la literatura nacional. 

Algunas de las más destacadas composiciones de Salome Ureña
RUINAS
Memorias venerandas de otros días,
soberbios monumentos,
del pasado esplendor reliquias frías,
donde el arte vertió sus fantasías,
donde el alma expresó sus pensamientos.

Al veros ¡ay! con rapidez que pasma
por la angustiada mente
que sueña con la gloria y se entusiasma
la bella historia de otra edad luciente.

¡Oh, Quisqueya! Las ciencias agrupadas
te alzaron en sus hombros
del mundo a las atónitas miradas;
y hoy nos cuenta tus glorias olvidadas
la brisa que solloza en tus escombros.

Ayer, cuando las artes florecientes
su imperio aquí fijaron
y creaciones tuviste eminentes,
fuiste pasmo y asombro de las gentes,
y la Atenas moderna te llamaron.

Águila audaz que rápida tendiste
tus alas al vacío
y por sobre las nubes te meciste:
¿por qué te miro desolada y triste?
¿dó está de tu grandeza el poderío?

Vinieron años de amarguras tantas,
de tanta servidumbre;
que hoy esa historia al recordar te espantas,
porque inerme, de un dueño ante las plantas,
humillada te vio la muchedumbre.

Y las artes entonces, inactivas,
murieron en tu suelo,
se abatieron tus cúpulas altivas,
y las ciencias tendieron, fugitivas,
a otras regiones, con dolor, su vuelo.

¡Oh, mi Antilla infeliz que el alma adora!
Doquiera que la vista
ávida gira en tu entusiasmo ahora,
una ruina denuncia acusadora
las muertas glorias de tu genio artista.

¡Patria desventurada! ¿Qué anatema
cayó sobre tu frente?
Levanta ya de tu indolencia extrema:
la hora sonó de redención suprema
y ¡ay, si desmayas en la lid presente!

Pero vano temor: ya decidida
hacia el futuro avanzas;
ya del sueño despiertas a la vista,
y a la gloria te vas engrandecida
en alas de risueñas esperanzas.

Lucha, insiste, tus títulos reclama:
que el fuego de tu zona
preste a tu genio su potente llama,
y entre el aplauso que te dé la fama
vuelve a ceñirte la triunfal corona.

Que mientras sueño para ti una palma,
y al porvenir caminas,
no más se oprimirá de angustia el alma
cuando contemple en la callada calma
la majestad solemne de tus ruinas.

EL AVE Y EL NIDO
¿Por qué te asustas, ave sencilla?
¿Por qué tus ojos fijas en mí?
Yo no pretendo, pobre avecilla,
llevar tu nido lejos de aquí.

Aquí, en el hueco de piedra dura,
tranquila y sola te vi al pasar,
y traigo flores de la llanura
para que adornes tu libre hogar.

Pero me miras y te estremeces,
y el ala bates con inquietud,
y te adelantas, resuelta, a veces,
con amorosa solicitud.

Porque no sabes hasta qué grado
yo la inocencia sé respetar,
que es, para el alma tierna, sagrado
de tus amores el libre hogar.

¡Pobre avecilla! Vuelve a tu nido
mientras del prado me alejo yo;
en él mi mano lecho mullido
de hojas y flores te preparó.

Mas si tu tierna prole futura
en duro lecho miro al pasar,
con flores y hojas de la llanura
deja que adorne tu libre hogar.


LA LLEGADA DEL INVIERNO
Llega en buena hora, mas no presumas
ser de estos valles regio señor
que en el espacio mueren tus brumas
cuando del seno de las espumas
emerge el astro de esta región.

En otros climas, a tus rigores
pierden los campos gala y matiz,
paran las aguas con sus rumores,
no hay luz ni brisas, mueren las flores,
huyen las aves a otro confín.

En mí adorada gentil Quisqueya,
cuando el otoño pasando va,
la vista en vano busca tu huella:
que en esta zona feliz descuella
perenne encanto primaveral.

Que en sus contornos el verde llano,
que en su eminencia la cumbre azul,
la gala ostentan que al suelo indiano
con rica pompa viste el verano
y un sol de fuego baña de luz.

Y en esos campos donde atesora
naturaleza tanto primor,
bajo esa lumbre que el cielo dora,
tiende el arroyo su onda sonora
y alzan las aves tierna canción.

Nunca abandonan las golondrinas
por otras playas mi hogar feliz:
que en anchas grutas al mar vecinas
su nido arrullan, de algas marinas,
rumor de espumas y auras de abril.

Aquí no hay noches aterradoras
que horror al pobre ni angustia den,
ni el fuego ansiando pasa las horas
de las estufas restauradoras
que otras regiones han menester.

Pasa ligero, llega a otros climas
donde tus brumas tiendas audaz,
donde tus huellas de muerte imprimas,
que aunque amenaces mis altas cimas
y aunque pretendas tu cetro alzar,

siempre mis aguas tendrán rumores,
blancas espumas mi mar azul,
mis tiernas aves cantos de amores,
gala mis campos, vida mis flores,
mi ambiente aromas, mi esfera luz.


EL CANTAR DE MIS CANTARES
Cuando los vientos murmuradores
llevan los ecos de mi laúd
con los acentos de mis amores
resuena un nombre, que de rumores
pasa llenando la esfera azul.

Que en ese nombre que tanto adoro
y al labio acude con dulce afán,
de aves y brisas amante coro,
rumor de espumas, eco sonoro
de ondas y palmas y bosques hay.

Y para el alma que en ese ambiente
vive y respira sin inquietud,
y las delicias del cielo siente,
guarda ese nombre puro y ferviente
todo un poema de amor y luz.

Quisqueya ¡oh, Patria! ¿Quién, si en tu suelo
le dio la suerte nacer feliz,
quién, si te adora con fiel desvelo,
cuando te nombra no oye en su anhelo
músicas gratas reproducir?

Bella y hermosa cual la esperanza,
lozana y joven, así eres tú;
a copiar nunca la mente alcanza
tus perfecciones, tu semejanza,
de sus delirios en la inquietud.

Tus bellos campos que el sol inunda,
tus altas cumbres de enhiesta sien,
de tus torrentes la voz profunda,
la palpitante savia fecunda
con que la vida bulle en tu ser,

todo seduce, todo arrebata,
todo, en conjunto fascinador,
en armoniosa corriente grata,
hace en tu suelo la dicha innata
y abre horizontes a la ilusión.

Y ¡ay, si oprimirte con mano ruda
quiere en su saña la iniquidad!
Tu espada pronto brilla desnuda,
te alzas potente, y en la lid cruda
segando lauros triunfantes vas.

Naturaleza te dio al crearte
belleza, genio, fuerza y valor;
y es mi delirio con fe cantarte
y entre lo grande siempre buscarte
con el empeño del corazón.

Por eso el alma te buscó un día
con ansia ardiente, con vivo afán,
entre las luchas y la porfía
y entre los triunfos de gallardía
con que el progreso gigante va.

Mas ¡ay! en vano pregunté ansiosa
si entre el tumulto cruzabas tú:
llevó la brisa mi voz quejosa;
silencio mudo, sombra enojosa
miré en tu puesto solo y sin luz.

Tú, la preciada, la libre Antilla,
la más hermosa perla del mar,
la que de gloria radiante brilla
¿huyes la senda que ufana trilla
con planta firme la humanidad?

A tu corona rica y luciente
falta la joya de más valor;
búscala presto, que ya presiente
para ti el alma, con gozo ardiente,
grandes victorias de bendición.

¡Patria bendita! ¡Numen sagrado!
¡Raudal perenne de amor y luz!
Tu dulce nombre siempre adorado,
que el pecho lleva con fe grabado,
vibra en los sones de mi laúd.

Y pues que mueve nombre tan puro
de mis cantares la inspiración,
y ansiando vivo tu bien seguro,
la sien levanta, mira al futuro,
y oye mis cantos, oye mi voz!

SUEÑOS
En horas gratas, cuando serena
reposa el alma libre de afán,
y el aura amena
pasa, de agrestes rumores llena,
y es todo calma, todo solaz;

cuando la Patria suspende el ruido
de las contiendas aterrador,
y confundido
quedar parece bajo el olvido
cuanto es angustias al corazón,

castas visiones vienen ligeras,
y en bullicioso giro fugaz,
cual mensajeras
de paz y dicha, nuevas esferas
al pensamiento mostrando van;

nuevas esferas donde la mente
vislumbra absorta mares de luz,
donde se siente
que extraños sones lleva el ambiente
sobre las nubes del cielo azul.

Enajenada la fantasía,
de esas visiones corriendo en pos,
mira a porfía
pueblos y pueblos buscar la vía
de esas regiones de eterno albor.

Rasga el destino su denso velo,
y a sus fulgores el porvenir
muestra a mi anhelo
como a esa altura, con libre vuelo,
Quisqueya asciende grande y feliz.

Sueños de gloria que halagadores
el ama sigue llena de fe;
bien que traidores
huyen a voces, y sus fulgores
envuelven sombras de lobreguez.

¡Ay! Es que entonces, Patria bendita,
cubre tus campos ruido fatal,
que a la infinita
región se eleva, y el alma agita
con emociones de hondo pesar.

Mas cuando calla la voz terrible
cuando sereno luce el confín,
y bonancible
pasa la brisa, con apacible
giro de blandos rumores mil,

cándidas vuelven esas visiones
arrobadoras en multitud
y esas regiones
a poblar vuelven extraños sones
y claridades de viva luz.

A esas esferas del pensamiento
quiero llevarte, Patria gentil;
si oyes mi acento,
si verte quieres en alto asiento,
dominadora del porvenir;

¡ah, quede siempre suspenso el ruido
de las contiendas aterrador;
que enternecido
desde su trono de luz ceñido
sueños de gloria te ofrece Dios!


LUZ
¿Adónde el alma incierta
pretende el vuelo remontar ahora?
¿Qué rumor de otra vida la despierta?
¿Qué luz deslumbradora
inunda los espacios y reviste
de lujoso esplendor cuanto era triste?

¿La inquieta fantasía
finge otra vez en la tiniebla oscura
los destellos vivísimos del día,
lanzándose insegura,
enajenada en su delirio vago,
de un bien engañador tras el halago?

¡Ah, no! Que ya desciende
sobre Quisqueya, a iluminar las almas,
rayo de amor que el entusiasmo enciende,
y de las tristes calmas
el espíritu en ocio, ya contento,
surge a la actividad del pensamiento.

Y surge a la existencia,
al trabajo, a la paz, la Patria mía,
a la egregia conquista de la ciencia
que en inmortal porfía
los pueblos y los pueblos arrebata
y del error las nieblas desbarata.

Ayer, meditabunda,
lloré sobre tus ruinas ¡oh, Quisqueya!
toda una historia en esplendor fecunda,
al remover la huella
del arte, de la ciencia, de la gloria
allí esculpida en perennal memoria.

Y el ánimo intranquilo
llorando pregunto si nunca al suelo
donde tuvo el saber preclaro asilo
a detener su vuelo
el genio de la luz en fausto día
con promesas de triunfos volvería.

Y de esperanzas llena
temerosa aguarde, y al viento ahora,
cuando amanece fúlgida, serena,
del bienestar la aurora,
lanzo del pecho, que enajena el gozo,
las notas de mi afán y mi alborozo.

Sí, que ensancharse veo
las aulas, del saber propagadoras,
y de fama despiértase el deseo,
brindando protectoras
las ciencias sus tesoros al talento,
que inflamado en ardor corre sediento.

Ya de la patria esfera
los horizontes dilatarse miro:
el futuro sonriendo nos espera,
que en entusiasta giro,
ceñida de laurel, a la eminencia
se levanta feliz la inteligencia.

Es esa la futura
prenda de paz, de amor y de grandeza,
la que el bien de los pueblos asegura.
la base de firmeza
donde al mundo, con timbres y blasones,
se elevan prepotentes las naciones.

¡Cuántas victorias altas
el destino te guarda, Patria mía,
si con firme valor la cumbre asaltas
Escúchame y porfía;
escucha una vez más, oye ferviente
la palabra de amor que nunca miente:

yo soy la voz que canta
del polvo removiendo tus memorias,
el himno que a tus triunfos se adelanta,
el eco de tus glorias...
No desmayes, no cejes, sigue, avanza:
¡tuya del porvenir es la esperanza!


SOMBRAS
Alzad del polvo inerte,
del polvo arrebatad el arpa mía,
melancólicos genios de mi suerte.
Buscad una armonía
triste como el afán que me tortura,
que me cercan doquier sombras de muerte
y rebosa en mi pecho la amargura.

Venid, que el alma siente
morir la fe que al porvenir aguarda;
venid, que se acobarda
fatigado el espíritu doliente
mirando alzar con ímpetu sañudo
su torva faz al desencanto rudo, 
y al entusiasmo ardiente
plegar las alas y abatir la frente.

¿No veis? Allá a lo lejos
nube de tempestad siniestra avanza
que oscurece a su paso los reflejos
del espléndido sol de la esperanza.

Mirad cuál fugitivas
las ilusiones van, del alma orgullo;
no como ayer, altivas,
hasta el éter azul tienden el vuelo,
ni a recibirlas, con piadoso arrullo,
sus pórticos de luz entreabre el cielo.

¿Cuál será su destino?
Proscritas, desoladas, sin encanto,
en el vértigo van del torbellino,
y al divisarlas, con pavor y espanto
sobre mi pecho la cabeza inclino.

Se estremece el alcázar opulento
de bien, de gloria, de grandeza suma,
que fabrica tenaz el pensamiento;
¡bajo el peso se rinde que le abruma!

Conmuévese entre asombros,
de la suerte a los ímpetus terribles,
y se apresta a llorar en sus escombros
el ángel de los sueños imposibles.

Venid, genios, venid, y al blando halago
de vuestros himnos de inmortal tristeza,
para olvidar el porvenir aciago
se aduerma fatigada mi cabeza.

Del arpa abandonada
al viento dad la gemebunda nota,
mientras que ruge la tormenta airada,
y el infortunio azota
la ilusión por el bien acariciada,
y huye la luz de inspiración fecunda,
y la noche del alma me circunda.

Mas ¡ah! venid en tanto
y adormeced el pensamiento mío
al sonoro compás de vuestro canto.
¡Meced con vuestro arrullo el alma sola!
Dejad que pase el huracán bravío,
y que pasen del negro desencanto
las horas en empuje turbulento,
como pasa la ola,
como pasa la ráfaga del viento.

Dejad que pase, y luego
a la vida volvedme, a la esperanza,
al entusiasmo en fuego:
que es grato, tras la ruda
borrasca de la duda,
despertar a la fe y a la confianza,
y tras la noche de dolor, sombría,
cantar la luz y saludar el día.


MELANCOLÍA
Hay un ser apacible y misterioso
que en mis horas de lánguido reposo
me viene a visitar;.
yo le cuento mis penas interiores,
porque siempre, calmando mis dolores,
mitiga mi penar.

Como el ángel del bien y la constancia,
en los últimos sueños de la infancia
aparecer le vi;
contemplóme un instante con ternura,
y "Oye -dijo-: las horas de ventura
pasaron para ti.

"Yo vengo a despertar tu alma dormida,
porque un genio funesto, de la vida
te aguarda en el umbral;
y benigno jamás, siempre iracundo,
te encontrará, del agitado mundo
en el inmenso erial.

"Yo elevaré tu espíritu doliente;
disiparé las nubes que en tu frente
las penas formarán;
consagra sólo a mí tus horas largas,
y enjugaré tus lágrimas amargas
y calmaré tu afán.

"Seré de tu vivir guarda constante,
y mi pálido tinte a tu semblante
trasmitirá mi amor.
Y te daré una lira en tus pesares,
por que al eco fugaz de tus cantares
se exhale tu dolor.

"Y te daré mi lánguida armonía,
que los himnos que entona de alegría
la ardiente juventud
jamás ensayarás, pobre cantora,
porque siempre la musa inspiradora
seré de tu laúd."

Dijo, y de entonces, cual amiga estrella
alumbra siempre, misteriosa y bella,
mi noche de dolor;
y me arrulla sensible y amorosa,
como arrulla la madre cariñosa
al hijo de su amor.

Y haciendo que en sus alas me remonte
a otro mundo de luz sin horizonte,
de dicha voy en pos;
y entonces de mi lira se desprende
nota sin nombre que la brisa extiende,
y escucha sólo Dios.

Yo te bendigo, fiel Melancolía;
tú los seres que anima la alegría
no vas a adormecer;
porque eres el consuelo de las almas
que del martirio las fecundas palmas
lograron obtener.

Por ti en los aires resonó mi acento,
y para dar un generoso aliento
al pobre corazón,
alguna vez la Patria bendecida
benévola me escucha sonreída
y aplaude mi canción.

No pido más: bien pueden los dolores
destrozar sin piedad las bellas flores
de la ilusión que amé;
que jamás, bajo el peso que me oprime,
mientras un rayo de virtud me anime,
la frente inclinare.


¡PADRE MÍO!
Muda yace la alcoba solitaria
donde naciste a la existencia un día,
do, desdeñando la fortuna varia,
tu vida entre el estudio discurría.

¡Ay! De una madre en el regazo tierno
por vez primera te dormiste allí,
y allí, de hinojos, tu suspiro eterno
entre sollozos tristes recogí.

Hoy, al entrar en tu mansión doliente,
donde reina silencio sepulcral,
nadie a posar vendrá sobre mi frente
el beso del cariño paternal.

Ninguna voz halagará mi acento.
ni un eco grato halagará mi oído:
sólo memoria; de tenaz tormento
tendré a la vista de tu hogar querido.

Sí, que a la tumba descender te viera
tras largas horas do perenne afán,
horas eternas de congoja fiera 
que en el alma por siempre vivirán.

Cuando de angustia desgarrado el pecho
te sostuve en mis brazos moribundo;
cuando tu cuerpo recosté en el lecho
donde el postrer adiós dijiste al mundo;

cuando, de hinojos, anegada en llanto,
llevé mis labios a tu mano fría,
y entre tanta amargura y duelo tanto
miraba palpitante tu agonía;

después, ¡oh, Dios! cuando besé tu frente
y a mi beso filial no respondiste,
de horror y espanto se turbó mi mente...
Y aun teme recordarlo el alma triste.

¡Memento aciago! Su fatal memoria
cubre mi frente de dolor sombrío.
Siempre en el alma vivirá su historia,
y vivirá tu imagen, padre mío...

Cuando las sombras con su velo denso
dejan el orbe en lobreguez sumido,
en el misterio de la noche pienso
que aun escucho doliente tu gemido;

y finge verte mi amoroso anhelo
bajo el abrigo de tu dulce hogar,
y me brindas palabras de consuelo
y mis lágrimas llegas a enjugar.

Sombra querida que incesante vagas
en torno de la huérfana errabunda,
visión perenne que mi sueño halagas,
alma del alma que mi ser inunda:

si de ese mundo que el dolor extraña
mi llanto has visto y mi amargura extrema,
sobre mi frente, que el pesar empaña,
haz descender tu bendición suprema.


A MI MADRE
Aquí, a la sombra tranquila y pura
con que nos brinda grato el hogar,
oye el acento de la ternura
que en tus oídos blanda murmura
la dulce nota de mi cantar.

La voz escucha del pecho amante
que hoy te consagra su inspiración,
a ti que aun eres tierna, incesante,
de amor sublime, de fe constante,
raudal que aliento da al corazón.

Mi voz escucha: la lira un día
un canto alzarte quiso feliz,
y en el idioma de la armonía
débil el numen ¡oh, madre mía!
no hallo un acento digno de ti.

¿Cómo tu afecto cantar al mundo,
grande, infinito, cual en sí es?
Me basta si te miro,
si la dicha y el bien sueño a tu lado,
porque tu vista calma
los agudos tormentos de mi alma.

¡Ay! Que sin ti, bien mío,
mi espíritu cansado languidece
cual planta sin rocío,
y con sombras mi frente se oscurece,
y entre congoja tanta
mi corazón herido se quebranta.

Oye mi ardiente ruego,
oye las quejas de mi angustia suma,
y generoso luego
olvida que la pena que me abruma
te reveló mi acento
en horas ¡ay! de sin igual tormento.

Escúchame y perdona:
que ya mi labio enmudeciendo calla,
y el alma se abandona
con nuevo ardor a su febril batalla,
y débil mi suspiro
se pierde de las auras en el giro.

¿Cómo pintarte mi amor profundo?
Empeño inútil, sueño infecundo
que en desaliento murió después.

De entonces, madre, buscando en prenda,
con las miradas al porvenir,
voy en mi vida, voy en mi senda,
de mis amores íntima ofrenda
Que a tu cariño pueda rendir.

Yo mis cantares lancé a los vientos,
yo di a las brisas mi inspiración;
tu amor grandeza dio a mis acentos:
fine fueron tuyos mis pensamientos
en esos himnos del corazón.

Notas dispersas que en libres vuelos
y a merced fueron del huracán,
pero llevando con mis anhelos
los mil suspiros, los mil desvelos
con que a la Patria paga mi afán.

Hoy que reunirlas plugo al destino,
quiero que abrigo y amor les des:
esa es la prenda que en mi camino
al soplo arranco del torbellino,
y a colocarla vengo a tus pies.


QUEJAS
Te vas, y el alma dejas
sumida en amargura, solitaria,
y mis ardientes quejas,
y la tímida voz de mi plegaria,
indiferente y frío
desoyes ¡ay! para tormento mío.

¿No basta que cautiva
de fiero padecer entre las redes
agonizante viva?
¡Ay, que mi angustia comprender no pueda,
que por mi mal ignoras
cuán lentas son de mi existir las horas!

Sí, que jamás supiste
cual se revuelve en su prisión estrecha,
desconsolado y triste,
el pobre corazón, que en lid deshecha
con su tormento rudo
morir se siente y permanece mudo.

Y en vano, que indiscretos
mis ojos, sin cesar, bajo el encanto
de tu mirar sujetos,
fijo en los tuyos con empeño tanto,
que el corazón desmaya
cuando esa fuerza dominar ensaya.

Deja que pueda al menos
bañándome en su luz beber la vida,
y disfrutar serenos
breves instantes en tu unión querida,
que es para mi amargura
bálsamo de purísima dulzura.

Deja que al vivo acento
que de tus labios encendidos brota,
mi corazón sediento,
que en pos va siempre de ilusión ignota,
presienta enajenado
las glorias todas de tu edén soñado.

¡Ah, si escuchar pudieras
cuanto a tu nombre mi ternura dijo!
¡Si en horas lisonjeras
me fuera dado, con afán prolijo,
contarte sin recelo
todo el delirio de mi amante anhelo!

Mas no, que mi suspiro
comprimo dentro el pecho acongojado.



AMOR Y ANHELO
Quiero contarte, dueña del alma,
las tristes horas de mi dolor;
quiero decirte que no hallo calma,
que de tu afecto quiero la palma
que ansiando vivo sólo tu amor.

Quiero decirte que a tu mirada
me siento débil estremecer,
que me enajena tu voz amada,
que en tu sonrisa vivo extasiada,
que tú dominas todo mi ser.

Por ti suspiro, por ti yo vierto
llanto de oculto, lento sufrir;
sin ti es el mundo triste desierto
donde camino sin rumbo cierto,
viendo entre sombras la fe morir.

Y con tu imagen en desvarío
vivo encantando mi soledad,
desde que absorta te vi, bien mío,
y arrebatada, sin albedrío,
rendí a tus plantas mi libertad.

Deja que el alma temblando siga
de una esperanza soñada en pos,
que enajenada su amor te diga,
mientras un rayo de luz amiga
pido al futuro para los dos.

¡Oh! ¡si a tu lado pasar la vida
me diera el cielo por todo bien!
¡Si a tu destino mi suerte unida,
sobre tu seno de amor rendida
pudiera en calma doblar la sien!

¿Qué a mi la saña del hado crudo?
¿Qué los amagos del porvenir?
Tu amor llevando por todo escudo,
yo desafiara su embate rudo
y así me fuera grato vivir.

¡Ay! en las horas de hondo tormento
que al alma asedian con ansia cruel,
vuela en tu busca mi pensamiento,
mientras el labio trémulo al viento
tu nombre amado murmura fiel.

Ven y tu mano del pecho amante
calme amorosa las penas mil,
¡oh de mis ansias único objeto!
Ven, que a ti sólo quiero en secreto
contar mis sueños de amor febril.

Mas no, que nunca mi amante anhelo
podré decirte libre de afán,
gimiendo a solas, en desconsuelo,
cual mis suspiros, en raudo vuelo,
mis ilusiones perdidas van.

Tuya es mi vida, tuya mi suerte,
de ti mi dicha pende o mi mal;
si al dolor quieres que venza fuerte,
sobre mi frente pálida vierte
de tu ternura todo el raudal.



TRISTEZAS
(A mi esposo ausente)
Nuestro dulce primogénito,
que sabe sentir y amar,
con tu recuerdo perenne
viene mi pena a aumentar.

Fijo en ti su pensamiento,
no te abandona jamás:
sueña contigo y, despierto,
habla de ti nada más.

Anoche, cuando, de hinojos,
con su voz angelical
dijo las santas palabras
de su oración nocturnal;

cuando allí junto a su lecho
sentéme amante a velar,
esperando que sus ojos
viniese el sueño a cerrar,

incorporándose inquieto,
cual presa de intenso afán,
con ese acento que al labio
las penas tan sólo dan,

exclamó como inspirado:
"!Tú no te acuerdas, mamá?
El sol ¡que bonito era
cuando estaba aquí papá!"


ANGUSTIAS
(A mi esposo, ausente en Europa)
Torna a morir el sol. Así pasando
van de tu ausencia los terribles días,
en mi semblante pálido marcando
la huella de profundas agonías.

Torna a morir el sol. El hogar mío
de arpegios infantiles está lleno;
pero rueda del párpado sombrío
una rebelde lágrima a mi seno.

¡Podré, cuando regreses a mi lado,
rico de porvenir, rico de ciencia,
presentarte el tesoro inmaculado
de este grupo de amor y de inocencia?

¡Yo no lo sé! Cuando la muerte lanza
su aliento destructor sobre este suelo,
desfallece en mi pecho la esperanza
y me finge el terror mi hogar en duelo

Yo no he visto en los círculos de Dante
más terrible ansiedad, más cruel angustia;
se rinde el corazón agonizante,
y el alma siento desolada y mustia.

¡Y tú sufres también! También los brazos
extiendes a tu hogar con el deseo,
y luchas del deber entre los lazos,
cual otro encadenado Prometeo.

¿Por qué dejé que tan prolija ausencia
así emprendieras en momento aciago,
si me siento morir sin tu presencia,
si en todo miro aterrador amago?

¿Si miramos los dos, lentas y frías,
entre duda y afán pasar las horas,
sin que calmen futuras alegrías
las nubes del pesar abrumadoras?

Imposible vivir así, llevando
la angustia en el espíritu, la muerte;
imposible vivir agonizando,
sin luz el mundo y la existencia inerte.

¡Acaba, llega! ¡Que el hogar sin calma
es de mis penas intimas remedo;
que tiemblo por los hijos de mi alma;
que la vida sin ti me causa miedo!



EN EL NACIMIENTO DE MI PEIMOGÉNITO
(A mi esposo)
¡Levántate, alma mía,
por el materno amor transfigurada,
y a los confines del espacio envía
el himno de la dicha inesperada.

Y tú, que abres conmigo
a esa ternura nueva el pecho en gozo,
tú que compartes cuanto sueño abrigo,
cuanta ilusión feliz es mi alborozo,

ven, y los dos a una
el cántico de amor juntos alcemos,
y del pequeño ser ante la cuna
el alba del futuro saludemos:

el alba de esa vida
que a iluminar nuestro horizonte alcanza,
y a cuya luz vislumbra estremecida
espacios infinitos de esperanza.

Los cielos se inclinaron,
y descendió al hogar entre armonías
el ángel que mis sueños suspiraron,
nuncio de bendiciones y alegrías.

¡Oh, cómo se estremece
engrandecida la existencia ufana
pensando de esa aurora que amanece
vivir reproducida en el mañana!

De hoy más, un sueño solo,
una sola ambición tras el destine,
a nuestras almas servirá de polo,
del tiempo al avanzar en el camino.

¡Oh, sí! Limpiar de abrojos
la senda preparada al ser que nace,
al bien y a la virtud abrir sus ojos
y el peligro desviar que le amenace.

Y así, como entre flores,
ajeno a la maldad, al vicio ajeno,
verle a lo grande tributar honores
y el alto aprecio merecer del bueno.

Y así a la Patria, al mundo,
como prenda de paz y de amor santo,
en acciones magnánimas fecundo
un miembro digno regalar en tanto.

¡Doblemos el aliento!
Vamos al porvenir, la fe en el alma,
para él a conquistar con ardimiento
de ciencia, de virtud, de bien la palma.



LAS HORAS DE ANGUSTIA
(En la enfermedad de mi segundo hijo)
Sin brillo la mirada,
bañado el rostro en palidez de muerte,
casi extinta la vida, casi inerte,
te miró con pavor el alma mía
cuando a otros brazos entregué, aterrada,
tu cuerpo que la fiebre consumía.

En ruego entonces sobre el suelo frío,
y de angustia y dolor desfalleciente,
aguardé de rodillas ¡oh, hijo mío!
que descendiese el celestial rocío,
el agua bautismal, sobre tu frente.

Después, en mi regazo
volví a tomarte, sin concierto, loca,
de cabezal sirviéndote mi brazo,
mientras en fuego vivo
se escapaba el aliento de tu boca;
y allí cerca, con treguas de momentos,
el hombre de la ciencia, pensativo,
espiaba de tu ser los movimientos.

Pasaron intranquilas
horas solemnes de esperanza y duda ;
latiendo el pecho con violencia ruda,
erraban mis pupilas
de uno en otro semblante, sin sosiego,
con delirio cercano a la demencia;
y entre el temor y el ruego
juzgaba, de mi duelo en los enojos,
escrita tu sentencia
hallar de los amigos en los ojos.

¡Oh, terrible ansiedad! ¡Dolor supremo
que nunca a describir alcanzaría!
Al cabo, de esa angustia en el extremo,
reanimando mi pecho en agonía,
con voz sin nombre ahora
que a pintar su expresión habrá que cuadre,
¡salvo! -dijo la ciencia triunfadora
¡salvo! -gritó mi corazón de madre.

¡Salvo, gran Dios! El hijo de mi vida,
tras largo padecer, de angustia lleno,
vástago tierno a quien la luz convida,
salud respira en el materno seno.

Hermoso cual tus ángeles, sonríe
de mi llamado al cariñoso arrullo,
y el alma contemplándole se engríe
de amor feliz y de inocente orgullo.

Por eso la mirada
convierto al cielo, de mi bien testigo,
y, de santa emoción arrebatada,
tu nombre ensalzo y tu poder bendigo.



IMPRESIONES
(A José J. Pérez)
Quejas del alma, vagos rumores,
lejanas brumas, rayos de luz,
fragante aroma de índicas flores,
himnos de guerra, cantos de amores
brotan al ritmo de tu laúd.

¿Quién, recorriendo tus Fantasías,
hijas del trópico abrasador,
vibrar no siente las armonías
de aquella raza que en otros días
poblar sus selvas Quisqueya vio?

Sobre la cumbre de las montañas,
de las palmeras bajo el dosel,
al grato abrigo de las cabañas,
y hasta en las grutas al hombre extrañas
haces del indio la sombra ver.

Y el aire cruza triste lamento,
y el eco suena del tamboril,
y al valle indiano, y al ave, al viento
a todo presta tu blando acento
fuego, armonía, vida y matiz.

Y el junco verde que en la onda
la tumba sola que arrulla el mar,
y el ave errante que allá suspira,
notas perennes dan a tu lira,
tristes historias llenas de afán.

Entre sus bosques afortunados
no escucho nunca la indiana grey
dulces areitos tan acordados
como tus cantos privilegiados,
vagos preludios de ignoto edén.

Parece, bardo, que el genio ardiente
de estas regiones habitador
templó tu lira suave y doliente,
y en viva lumbre bañó tu frente
dando a tus ritmos inspiración.

Que si inspirado suena tu canto
poblando aéreo la soledad,
ávida el alma te sigue, en tanto
que dulces notas de nuevo encanto
fascinadoras haces vibrar.

Cuando al transporte del numen cedes,
cuando tu mano pulsa el laúd
y en la armonía fácil excedes,
¡ay, quién pudiera, como tú puedes,
dar a sus trovas música y luz!

Pues de una fama ya merecida
tus Fantasías vuelan en pos,
mientras acepto, reconocida,
de esos cantares llenos de vida
con noble orgullo la ofrenda yo.

¡Oh, de la patria de Anacaona
cantor amante, bardo feliz!
ciñe con flores de nuestra zona
la que prepara digna corona
para tus sienes el porvenir.

CARIDAD 
Pasó la tempestad.. . ¡Emprende el vuelo
como el ave del área,
espíritu de amor y de consuelo!
Que ya el iris de paz su franja enarca,
se alegra el firmamento
y se adormece el mar y calla el viento.

De nuevo olivo la celeste rama
en horrorosa angustia
desventurada multitud reclama:
los seres ¡ay! que con el alma mustia
contemplan entre asombros
deshechos sus hogares en escombros.

Llega trayendo con amante giro
en voz conmovedora,
en la rítmica nota del suspiro,
un eco de esperanza bienhechora.
de caridad sublime
que la fe aliente y el valor reanime.

Recorre de Quisqueya las hermosas
comarcas florecientes:
escenas de amargura, lastimosas,
los ojos miran al girar dolientes,
¡y yermas, desoladas,
las campiñas del sur infortunadas!...

Sopló sobre ellas en momento aciago,
con ímpetu sin nombre,
la pavura sembrando y el estrago,
conturbando el espíritu del hombre,
indómito, furente,
el huracán del trópico rugiente...

¿No ves sobre la playa los despojos
del contrastado leño
que atestiguan del ponto los enojos?
Allá los restos del hogar sin dueño
despedazados mira
publicando el furor del viento en ira.

Y los campos también ayer cubiertos
de mieses productoras
desnudos ¡ay! aparecer desierto:
¡se encresparon las aguas, bramadoras,
y el desbordado río
sorbió feroz el bienhechor plantío!...

Todo ceder al general trastorno
en rápidos instantes
de esa bella región miróse en torno,
y haciendas pingües y riquezas de antes,
y generosas vidas,
del estrago en la ruina confundidas.

Llega buscando el óbolo bendito,
la cariñosa ofrenda
que atesora de bien precio infinito;
y así llevando la valiosa prenda,
volemos en ayuda
del desvalido, el huérfano, la viuda.

Escucha la plegaria que levantan;
en numeroso coro
ya las manos se extienden, se adelantan
a enjugar de sus párpados el lloro
a preparar abrigo
al que sin techo se encontró mendigo.

Y a más allá de do la vista alcanza,
del viento y de la nube,
¡oh, santa caridad! en tu alabanza
eco de gratitud al cielo sube,
y ufanos te bendicen
seres que al mundo tu excelencia dicen.